20 jun 2007

Versión 1

Se agota la paciencia,
gota a gota se escurre de entre las manos,
cual catarata de segundos que en vano
intentamos retener en el reloj.

Nos sentamos en nuestro sillón
(incómodos de tanta comodidad)
a mirar esa tenue luz, cada vez más tenue
que desde el otro lado de la puerta entreabierta
nos recuerda que alguna vez aquí también hubo luz.

Se agota la paciencia, se agota,
y nos resistimos.
Nos aferramos a nuestro cómodo sillón incómodo,
apartamos la mirada de esa espantosa abertura al hoy,
rechazamos esa luz por ser presente y no pasado,
por ser posibilidad y no recuerdo.
Nos encarnamos en nuestro sillón,
en nuestra ucronía.

La paciencia se agotó, y no siempre tenemos tanta suerte
como para que alguien abra la puerta por nosotros.
Dejar atrás el sillón, la oscuridad y el ayer,
empujar la puerta y enceguecer
con la inquietante luz del hoy.





(Para demostrarme que la poesía no es lo mío)

5 comentarios:

  1. El optimismo amargo es el que mejor gusto tiene.

    ResponderBorrar
  2. No, esto es groso.

    Hay que derribar puertas.

    ResponderBorrar
  3. Para demostrarnos que la poesía también es lo tuyo.

    ResponderBorrar
  4. "Nos sentamos en nuestro sillón
    (incómodos de tanta comodidad)"
    me gusto eso che...

    ResponderBorrar
  5. Si la poesía no es lo suyo (cosa de la que me quedan dudas después de este sensible ejemplar), sí lo es el sentimiento: fuerte, tan violento, a veces, como las ganas y la necesidad de expresarlo (y compartirlo, sobre todo).
    Adhiero, supongo (y sólo lo supongo), al aforismo del gurú de la deformidad: el optimismo amargo como arma para enfrentar la soledad.

    ResponderBorrar