26 jun 2021

Texto Día 5

El día señalado llegó, y allí fueron. Llevaban muchos años sin pisar el estadio. Podría parecer un escenario extraño para volver a la cancha, pero no lo vivieron así. Era el momento de hacer frente a la adversidad, pasara lo que pasara, y eso no se podía hacer plenamente frente a un televisor. Esa comunión con miles de extraños era necesaria, así como era necesario acompañar. Eran tantas las alegrías que le debían que se hubieran sentido ingratos si no se hacían presentes. Por más minúsculo que fuera, su granito de arena no podía faltar.


El viaje en auto fue silencioso. Tenso. Expectante. Todo cambió una vez que estuvieron en la tribuna. Era el momento de cantar, de flamear las banderas, de descargar la tensión en esos gritos tantas veces gritados. Una vez más. Y otra. Era el momento de intentar ilusionarse, de abrazarse a cualquier esperanza.

Salió el equipo, y todo fue algarabía. Se rompieron gargantas. La gente quería creer en un equipo que no daba motivos para hacerlo.

Llegó el primer gol, y se rompieron aun más gargantas. Se abrazaron con fuerza. Con cierta incredulidad en sus miradas. En ese momento parecía posible escaparle a la tragedia.

Llegó el empate. Las tenues esperanzas empezaron a desarmarse. No estaba todo perdido, y a la vez era bastante difícil no darlo todo por perdido. Ese equipo y su técnico llevaban meses demostrando que ante la adversidad no podían reaccionar. Con resignación, empezaron a mentalizarse.

Llegó el penal, y de nuevo una mínima luz se abrió al final del tunel. Seguía siendo cuesta arriba, pero si el penal entraba quién sabía qué podría pasar. Los derrumbes mentales existen, y los impulsos también. Un penal podría cambiarlo todo.

Pero el penal no entró.

Siguieron cantando. Ya no por creer que pudiera servir de algo. Siguieron cantando para evitar pensar. Ya habría que afrontar el hecho, pero aun no. Todavía no.

Minuto 44. Vuela la primera maderita blanca arrancada de una butaca. Al instante vuelan diez millones. El padre dice "ya está, vamos". Su hermana lo sigue. Él duda. Irse en ese momento es la decisión lógica. Está por desatarse el apocalipsis, nadie tiene la menor duda. Irse ahora implica no solo huirle al caos, sino fundamentalmente salvar al auto del tornado que en breve arrasará el barrio entero. Es lo lógico, y sin embargo duda. Quiere quedarse. Quiere arrancar butacas, quiere tirar maderitas blancas. Se acaba de vivir la consumación de un crimen perpetuado a lo largo de varios años, y este crimen exige repudio, exige violencia, exige venganza. Así lo demanda la Historia. Quiere quedarse, pero no se queda. No está dispuesto a exponer a su familia a la ansiedad de saber que está ahí en medio de ese 2001.

Bajan las escaleras. En la puerta del estadio están las cámaras. El periodista los mira con lástima e intenta preguntarles cómo se sienten. Siguen de largo. Las lágrimas son respuesta suficiente, piensan.

El viaje en auto fue silencioso. Llega a su casa. Sube al balcón que da a la calle. De su reja cuelga la bandera que hoy flameó en el estadio y que allí permanecerá varios años. Toma aire, y bien fuerte grita: "Vamos River carajo la concha de la lora".

24 jun 2021

Texto Día 2

¿Que por qué odio tanto las mudanzas? Que pregunta rara, ¿no es lo más común? ¿No odiamos todos las mudanzas? Lo escuchás siempre, cada vez que le contás a alguien que te tenés que mudar: “uff, que paja”. Que las mudanzas son estresantes, que guardar toda tu vida en cajas es una sensación horrible además de trabajosa, y después cuando llegás a la casa nueva, de nuevo, todo el trabajo de volver a armar tu vida, de ordenar todo de nuevo. Un embole.

Sí, siempre. Bah, no sé, la primera vez no pero porque era chico y no tuve que hacer nada, esa fue divertida supongo, pero no me acuerdo casi nada. La segunda tampoco, pero porque ahí me estaba yendo de la casa de mis vieja y era un gran paso que tenía ganas de dar, además eran pocas cosas, fue poco trabajo. Bueno, ahora que lo pienso la tercera tampoco, quizás porque era cambiar para mejor, iba a vivir mucho más cómodo en el otro lugar, me dio fiaca el trabajo de embalar todo de nuevo y desarmar todos los muebles, pero lo normal creo, nada terrible. La cuarta sí, esa fue brava, me moría de la paja solamente de pensar en desarmar todo. Fue tremendo, jajaja, de hecho no preparé absolutamente nada hasta ocho horas antes de que llegara el flete, empecé a embalar y desarmar a las doce en punto, y terminé justito a las ocho de la mañana cuando llegaron. Y la quinta, ya te digo, meses y meses de postergarla sin razón.

¿Si pasó algo entre la tercera y la cuarta? Qué se yo, sí, pasaron tantas cosas en esos años… sí, mientras estaba viviendo ahí se murió mi viejo, cierto. Tenés buena memoria. Si, fue fuerte desarmar la casa de mi viejo. Tardé mil años, bah, tardamos. Como dos meses creo, no me acuerdo bien. Era alquilada la casa, así que cuando murió papá le pagamos un mes de alquiler al dueño, y como en ese tiempo no la habíamos vaciado le pagamos otro mes más, mínimo otro mes más fue, no creo que hayamos llegado al tercero pero la verdad no me acuerdo, a lo mejor sí.

Y, para empezar porque eran diez millones de cosas, por una parte un montón de libros, y después a papá le encantaba cocinar así que tenía montones de ollas, fuentes, sartenes, lo que se te ocurra, y después quinientos mil platos, vasos, tazas, montones de adornos, de todo, embalar todo eso con cuidado para que no se rompiera fue un laburazo. No, claro que dos meses no, cuando finalmente no pude postergarlo más y lo hice creo que liquidé todo en dos o tres días. Pero bueno, me costó empezar. Era una sensación fuerte revolver todas sus cosas. Y además estaba el tema de dónde meter tantas cosas, diez millones de cajas y un montón de muebles, nos tomó un tiempo definir qué hacer. Al final las cajas fueron todas a parar al garaje de lo de mi vieja que estaba vacío, y la mayoría de los muebles los tuvimos que guardar en un depósito, estuvimos varios años pagando ahí hasta que los fuimos ubicando cuando tuvimos casas con más espacio. ¿Por qué no los vendimos? Y, eran los muebles de mi viejo, la verdad que no los queríamos perder, además son muebles muy lindos. Creo que lo único que no nos quedamos fue la cama de mi viejo y las nuestras que usábamos cuando nos quedábamos a dormir ahí. No, las regalamos, justo en esos meses hubo un incendio en unas casas de una villa donde militaba nuestra orga y habían perdido todo, así que las donamos ahí. Estaba buena esa cama, pero bueno, era la cama donde se había muerto mi viejo, no la hubiera podido usar nunca.

No, no encontré nada raro revolviendo sus cosas, nada sorprendente. Una lástima la verdad, hay varios momentos de su vida sobre los que nunca me quiso contar nada y en el fondo mientras revisaba tenía esa fantasía de encontrar algo nuevo, alguna carta, no sé, algo que me diera un dato nuevo. Pero no. Me quedan mis hipótesis nomás. No, casi nada… supongo que algunas cosas habré tirado, pero poco y nada, lo único que me acuerdo patentemente de haber tirado es la comida del freezer. Papá era medio acumulador, no le gustaba tirar nada, y en eso soy igual. Como decía él siempre, “lo que se hereda no se roba”, jajaja. Y menos que menos las cosas que tuvieran algún valor emocional digamos, por más inservibles que fueran. Y, por ejemplo tenía guardada una caja de recuerdos digamos con varias cosas que habían sido de mi abuelo y de mi bisabuelo, la navaja de mi bisabuelo, una cuchara viejísima de su viaje en barco, las herramientas para arreglar relojes de mi abuelo, cosas así. Sí, obvio que la tengo guardada esa caja, ¿cómo la voy a tirar? No lo había pensado, pero ahora que lo decís, sí, también yo tengo ahora otra caja con varias cosas de mi viejo que me guardé. Los documentos, la última billetera, el llavero histórico de su oficina, cosas así, no me acuerdo bien, no la abro hace años.

¿Ya? Guau, pasó rápido hoy. Dale, hasta la semana que viene.