2 dic 2008

Interés

Esa extraña sensación de felicidad no le dejaba dormir, lo mantenía con sus ojos abiertos mirando el techo, sus ideas demasiado inquietas para descansar, ahora que había tanto en qué pensar, que analizar, que planear y decidir. No, definitivamente no iba a poder dormir.

Se levantó y bajó al parque, a caminar en la oscuridad entre los árboles, ajustando el paso a los ritmos del pensamiento, y se dejó arrastrar una vez más en su memoria al mismo recorrido de estos últimos días, recorrido que empieza cuando por pura casualidad (por una de esas puras casualidades, demasiado certeras para ser casuales) conoció una tarde de lluvia a la muchacha que esta noche lo tiene caminando en la oscuridad entre los árboles del parque.

Una y otra vez repasa todos los momentos, sin poder pensar en otra cosa, disfrutando el discurrir de tanto pensamiento atrapante, de tanta adrenalina, esa dulce sensación de esquizofrenia y locura. Un primer encuentro puramente casual, ya se dijo, un amigo en común en el mismo colectivo, el amigo convenientemente se baja a las pocas cuadras, y ellos dos siguen viajando juntos, situación incómoda y breve charla de convención social, fin. A la vez ambos hacen el mismo gesto, sacando un libro para leer en el viaje, decretando el fin de la conversación, y qué sorpresa cuando ambos sacan el mismo libro de sus mochilas. Mutua mirada de interés prontamente disimulada, y una tímida charla se abre paso de a poco, un prudente intercambio de opiniones, que a fuerza de gratas coincidencias derivó en la charla más interesante y prometedora que ambos habían tenido en mucho tiempo. Recién cuando ella iba a despedirse para bajar, el notó que debía haberse bajado diez cuadras atrás. Riendo, se despidieron con una mirada en la esquina, desde abajo de sus paraguas, y tímidamente se permitieron encontrarse al día siguiente, para tomar un café y charlar al menos un poco más.

Y así se iniciaron estos desvelos, estas caminatas por el parque entre la oscuridad de los árboles. Hubo otros tres encuentros, otras tres charlas que resultaron una más atrapante que la otra, y todas cada vez más y más intrigantes mientras más pensaba en ellas, repasándolas, deleitándose en cada palabra, en cada tema, siempre encontraba un matiz nuevo y motivante. ¡Cómo dormir habiendo tanto en que pensar!

Se preguntaba constantemente cómo terminará esta historia, si tendrá el desenlace favorable que no para de imaginar. No puede ser de otra forma, se dice, una vez más piensa en lo que tiene por ganar, tiene que lograrlo, tiene que hacerlo todo bien, y la adrenalina y la presión no le dejan dormir, la cabeza es una máquina de hacer planes. ¡Pero cuánto disfrutaba de esta dulce sensación de esquizofrenia, de esta extraña sensación de felicidad! No tenía forma de saber el desenlace de esta historia, pero incluso en caso de no prosperar, sabía que guardaría un dulce recuerdo de este momento (tal vez doloroso, pero indudablemente dulce) en que conocer a una persona tan salida de un pensamiento ideal parecía algo posible.
(...éramos como dos chicos que se han hecho estrepitosamente amigos en una fiesta de cumpleaños y se siguen mirando mientras los padres los tiran de la mano y los arrastran, y es un dolor dulce y una esperanza, y se sabe que uno se llama Tony y la otra Lulú, y basta para que el corazón sea como una frutilla, y...)
Todas esas charlas quedarían siempre en su memoria, cada palabra, muchas canciones compartidas, unos cuantos libros, cada idea en común, nunca olvidaría tal intensidad.

Todo está por verse, pero ya sabe que estos días inquietantes quedarán grabados entre los más felices de su vida, con sus charlas, y sus caminatas en la oscuridad entre los árboles del parque.