3 feb 2010

Regeneración

En momentos de incertidumbre absoluta, ¿escucharon alguna vez un llamado sonando en el viento? Todos tenemos, en algún punto de nuestras vidas, ese momento, esa situación; en que nuestros pies pueden sentir cómo las vibraciones en la tierra desencadenan un progresivo terremoto que nada dejará en pie a nuestro alrededor; en que la lluvia arrastra consigo todo lo que hemos edificado, y nuestras obras se desmoronan como castillos de arena.

En momentos así, ¿escucharon alguna vez un llamado, una voz que les habla al oído en pleno vendaval? Hay que escuchar con atención, no siempre lo hacemos. De cara al viento atronador que sopla y con los ojos cerrados, es sólo cuestión de paciencia, sabremos reconocer el llamado.

No es difícil imaginar la situación. Digamos un hombre, digamos Esteban, 35 años. Su momento de crisis ha llegado, y no necesitamos saber de qué se trata. Digamos, para agregar algo, que Esteban perdió el rumbo de su vida; que desprecia todo aquello a lo que se ha dedicado y se lamenta por cada hora desperdiciada en actividades estériles. Puede ser esta la razón, puede ser cualquier otra, pero la situación será en esencia la misma. Esteban aterrado en su cuarto, mirando las sombras amenazantes que desde el techo agitan sus puños (cuando en el techo no hay nada, hay solamente un techo) y esperando el momento en que la estantería finalmente caiga.

¿Cuánto tiempo pasa hasta que Esteban decide salir a caminar? Difícil saberlo, el tiempo tiene una densidad distinta en momentos así, los segundos pueden durar horas y los días años, el reloj puede jugarle una mala pasada. Pero en algún punto, sin saber bien por qué, Esteban se levanta y sale a caminar. Una idea extraña, especie de intuición. Todavía le queda algún interrogante sin responder, todavía hay algo nuevo que escuchar.

Caminando sin rumbo, llega al pie de una pequeña montaña, una montaña muy particular, con un imponente árbol que misteriosamente ha logrado crecer a pocos metros de la cumbre. Decide trepar hasta allí, tampoco sabe por qué.

La razón de la presencia de esta pequeña montaña tampoco es importante. Podemos suponer que Esteban vive en un pequeño poblado al pie de una cordillera, podemos suponer que está allí de vacaciones. Pero que no se malinterprete: no es necesaria una montaña ni un bosque misterioso ni nada en especial para escuchar el llamado. (Yo lo escuché un domingo de verano en Buenos Aires, a la hora en que las últimas luces del sol tiñen de naranja la ciudad –con la tenue iluminación del velador de la mesa de noche- mientras recorría en bicicleta una desierta Avenida Corrientes a toda velocidad.)

Sube paso a paso la cuesta empinada, empujado por esa misma intuición que lo sacó de su cuarto. Se cansa, pero siente el aire fresco de la altura hinchando sus pulmones, que poco a poco recuperan la vitalidad de antaño y le permiten llegar hasta el tronco del árbol, ya muy cerca de la cima. No sale de su asombro, un árbol tan imponente que logró levantar altura en medio de la montaña. Bebe del agua incolora de un arroyo, bajo el verde confort de las ramas del árbol, y cubre la distancia final hasta la cumbre.

Allí, en la cima, de cara al viento atronador que sopla y con los ojos cerrados, Esteban escucha el llamado. No todos lo escuchan de la misma manera, algunos escuchan una voz, otros una música, o algún añorado sonido del pasado. Una palabra, una frase, una canción, largos párrafos o simplemente los ladridos del perro del vecino, allá en el pueblo natal. Cada uno tendrá sus razones para recibir el llamado que recibe, y cada uno sabrá interpretarlo. (Yo escuché una voz, en el viento de la rapidez, cantando un viejo tango que lloro otra vez).

Y allí, en la cima, de cara al viento atronador que sopla y con los ojos cerrados, Esteban escucha su propia voz, susurrando incesantemente la misma palabra, una y otra vez: regeneración.


Esta enseñanza (si se puede llamar así) debe ser lo único que realmente aprendí en mi vida (o al menos lo único que puedo recordar a esta altura), y es lo único que tengo para dejarles, a modo de agradecimiento, por haberle permitido a este viejo compartir el fuego con ustedes en una noche fría, y por esta copa de vino que tan generosamente me convidaron.